julio 24, 2018

Es extraño cómo pasan las cosas últimamente,
o cómo se sienten en realidad.
Es extraña la manera en que decido no pronunciar tu nombre,
como si omitirte fuese la solución
a las infinitas interrogantes que me invaden
cuando te recuerdo,
nos recuerdo.

Y suprimir tu nombre es un poco
suprimir todo un universo,
suprimir las ganas de volver a atrás,
de cambiar las palabras,
de aprender de los errores,
de aceptar que todo ya fue,
de avanzar sin memoria.
Elidir tus fonemas me permite
hasta cierto punto
pretender que tu paso
fue menos significante
de lo que realmente fue;
pretender que todo sigue igual,
pero no,
por más que me desentienda,
las cosas no siguen igual.
Tu ausencia es la forma más concreta
del vacío abstracto que me llena,
porque desde que no estás
el todo y la nada se sienten inconclusos,
al igual que nuestros momentos,
al igual que nuestras emociones,
al igual que todo lo que pudimos vivir
y no vivimos, ni viviremos.

El dolor de la ausencia es impronunciable,
porque no hay semántica ni gramática
que represente el frío eterno que dejaste.
Me quedé sin techo,
sin guarida,
sin madriguera a la cual correr
cuando el universo se torna irrespirable.
Me quedé sin las ganas de hacer
todo aquello que manifieste tu no presencia,
porque si no puedo pronunciar tu nombre
mucho menos puedo lanzarme
sobre todo aquello en lo que no puedes protegerme.

Solo se pierde lo que no se recuerda,
solo se olvida lo que no se nombra,
y aunque no pueda pronunciar tu nombre
y prefiera elidir tus fonemas,
no puedo permitir que te transmutes en algo deleble,
porque la mitad de mí eres tú
y la sangre es más espesa que el tiempo,
la distancia,
la ausencia
y tu muerte.



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