octubre 06, 2016

"Casi no he soñado con él", me repito,
como si fuese el mantra de mi vida,
o el rosario perfecto para espantar las pesadillas.

"Casi no he soñado con él", respondo,
con culpa, con vergüenza, con rabia,
como pidiendo disculpas por sentir,
por estar hueviando por algo que duró dos meses;
por cometer el error de dejar entrar a alguien en mi vida.

Y sí, prácticamente mis sueños ya no hablan de él,
ni de nosotros,
ni de lo que pudimos ser y no fuimos.
Ahora hablan del vacío,
de las ganas de compartir que dejó;
de las cosas que de todas formas quiero hacer,
con él,
con otros,
o simplemente solo conmigo;
de cómo cambió lo que quiero,
lo que soy,
lo que seré.

Pero sí,
de cuando en vez se me escapa un momento
y sueño con él,
o con la idea que me quedó de él,
la idea que inmortalicé de él,
una abstracción,
puro concepto.
Porque no sueño con su espalda,
no la recuerdo.
No sueño con sus ojos,
ni con su sonrisa,
ni con sus palabras.
Borrar cada recuerdo hizo que,
de una u otra forma,
no tuviese nada para aferrarme,
nada,
excepto la idea que me dejó,
la idea de quererlo tanto que dolía;
quererlo tanto que podría haber contado
todos los lunares de su cuerpo
para luego trazar dibujos con ellos;
quererlo tanto que literalmente
me faltó el aire cuando se fue;
quererlo tanto como para creer
que aún podía tener magia en mi vida.

"Casi no he soñado con él", me repito,
como si fuese el mantra de mi vida,
o el rosario perfecto para espantar las pesadillas,
porque quererlo me hizo entender
que todavía tenía mucho por sentir
y no sé si estoy lista
o si quiero estar lista para eso.
Sé que quiero los silencios,
la mordida en los labios
y el escalofrío en la espalda,
quemarlo todo por ver arder otros ojos,
sentir otro pulso en mis costillas;
caminar sobre fuego solo para ver
donde podría llevarnos todo eso.
Quiero la incertidumbre,
las mañanas con luna llena,
contar estrellas en otros dedos,
el egoísmo de quererlo todo
y la absurda certeza de saberlo solo mío.

"Casi no he soñado con él", respondo,
convenciéndome de no sentir ni rabia,
ni culpa,
ni vergüenza
tratando de entender,
y aceptar,
que al final siempre he sido,
soy
y seré
puro fuego, violencia y potencia.
 
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