junio 07, 2016

En ocasiones una toma decisiones con el culo, por ejemplo, eliminar a alguien de tu vida sin pensar bien si querías o no hacerlo. 

Y sí, en bastantes ocasiones tomo decisiones de mierda, y aunque en este momento me estoy retorciendo en arrepentimiento, quiero creer que a la larga habré hecho lo correcto. 

junio 05, 2016

Son bastante los hombres por lo que lloré a lo largo de estos años, pero hoy lloré como nunca había llorado en mi vida, y no es una exageración de cantidad o calidad, es un hecho.

Cuando lloré por el Nico lo hice de rabia, tenía rabia al darme cuenta que siempre cometía los mismos errores, rabia conmigo misma por insistir en algo que nació muerto, rabia porque jamás me dijo las cosas a la cara, y así una innumerable lista de cosas apuntaban directo a mi ira. Y si bien me hizo mucho daño, demasiado, fue solo rabia lo que siempre me consumía.

Cuando lloré por el Eddo fue de pura pena, la tristeza inmensa de saber que perdía a la persona que había sido mi mejor amigo por casi 10 años, quien más me conocía en el mundo; y lo peor era que la pérdida se debía que él sentía que yo lo dañaba. Lloré de pena al saber que hacía infeliz a alguien que amaba tanto.

Cuando lloré por mi abuelo, sin entender muy bien lo que pasaba, fue por el sentimiento de vacío que dejaba y que permanece hasta hoy. Lloré porque era la única forma que encontré para expresar, a mis siete años, que no podía soportar la idea no volver a ver ni a conversar con quien podría haberme dado los mejores consejos en la vida.

Cuando lloré por mi viejo lo hice porque estaba aterrada, porque me daba miedo tener que aceptar la idea de que un día cualquiera pudiese salir de mi vida sin que alguno de nosotros tuviese la posibilidad de hacer algo para evitarlo. También llore de impotencia, porque no estaba en mis manos cambiar las cosas, dependíamos de otros. Lloré porque no soportaba ver a mi vieja llorar de miedo por él. Lloré tarde porque pasé meses ahogando el sentimiento con copete, carrete y tareas, porque me daba terror no ser capaz de ser el pilar que autónomamente decidí que debía ser en esta casa.

La mayoría del tiempo lloro de frustración, porque nadie nunca me ha enseñado a enfrentar el fracaso, y porque yo tampoco pongo mucho de mi parte para poder hacerlo. Lloro porque me enojo si las cosas no salen según mis planes y no tengo otro medio de expresar lo mucho que me odio por eso.

No tengo un concepto o adjetivo específico para definir lo que acaba de suceder. Fue una explosión, como si algo se rompiese dentro de mí sin que existiese forma alguna de contener lo que con eso se liberaba. Fue un llanto que no podía menguar, que venía desde mis costillas y salía expulsado junto con gemidos y un ahogo insoportable que me hacía creer que en cualquier momento podía estar como hace diez años atrás, sin aire, sola y aferrándome a cualquier cosa para no sentir que me perdía en el absurdo de la vida y el acoso inminente de la muerte. Pero mi llanto no era porque temía morir algún día.

Y entre sollozos sentía un dolor punzante que jamás había sentido, que aún siento. Una somatización demasiado cursi, demasiado típica, pero que está ahí, que no puedo ignorar y que me hace sentir que la única forma de aliviarlo es escarbando en mi propia carne, separar cada uno de los huesos que se interponga y arrancar aquello que está generando todo esto. Pero claro, todo es un síntoma, porque de verdad el problema está en mi cabeza. Pero sigue ahí, siendo demasiado real, demasiado hiriente, como si uno de verdad sintiese con el corazón, como si de verdad fuese una caja que guarda un millón de cosas dentro.

El llanto de hoy no estaba teñido de orgullo, ni de odio. Fue algo triste, indescriptiblemente triste, inefablemente doloroso.Fue un llanto que me hizo sentir pequeña, insignificante, como una partícula de ser humano. Frágil, como nunca antes me había sentido, como si cualquier golpe pudiese quebrarme, como si cualquier brisa pudiese derrumbarme, como si cualquier persona pudiese venir, tomarme y hacer cualquier cosa conmigo, sin yo poder detenerlo.

Hoy tengo 26 años, 3 meses y 11 días, y es primera vez que lloro porque, y me tomo la licencia poética para afirmar esto, tengo el corazón absolutamente roto.
 
Copyright 2009 Volátil