Rojas murió esta semana, fue tristísimo.
Sabato murió ayer, y no hay adjetivo calificativo para eso.
Es extraño saber que la única persona a la que realmente admiras no existe más, no al menos en el mismo mundo. Es frustrante saber que por estúpida no lo conocí nunca.
Será un poco idiota para el 99% del mundo, pero sabiendo que no está, un poco de mi también ha muerto.
La pena me nubla.
Fuiste el mejor de todos,
escribiste como nadie,
al leerte terminé de creer que la literatura era lo mejor que podía tener en mi vida.
Tu legado y tu ausencia se ganan, indiscutiblemente, mis lágrimas.
Sabato, eras, sos y serás siempre inigualable.
"Me pedís consejos, pero no te los puedo dar en una simple carta, ni siquiera con las ideas de mis ensayos, que no corresponden tanto a lo que verdaderamente soy sino a lo que querría ser, si no estuviera encarnado en esta carroña podrida o a punto de podrirse que es mi cuerpo. No te puedo ayudar con esas solas ideas, bamboleantes en el tumulto de mis ficciones como esas boyas ancladas en la costa sacudidas por la furia de la tempestad. Más bien podría ayudarte (y quizá no lo he hecho) con esa mezcla de ideas con fantasmas vociferantes o silenciosos que salieron de mi interior en las novelas, que se odian o se aman, se apoyan o se destruyen, apoyándome y destruyéndome a mí mismo."
Ernesto Sabato, "Querido y remoto muchacho"
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