Es extraño cómo pasan las cosas últimamente,
o cómo se sienten en realidad.
Es extraña la manera en que decido no pronunciar tu nombre,
como si omitirte fuese la solución
a las infinitas interrogantes que me invaden
cuando te recuerdo,
nos recuerdo.
Y suprimir tu nombre es un poco
suprimir todo un universo,
suprimir las ganas de volver a atrás,
de cambiar las palabras,
de aprender de los errores,
de aceptar que todo ya fue,
de avanzar sin memoria.
Elidir tus fonemas me permite
hasta cierto punto
pretender que tu paso
fue menos significante
de lo que realmente fue;
pretender que todo sigue igual,
pero no,
por más que me desentienda,
las cosas no siguen igual.
Tu ausencia es la forma más concreta
del vacío abstracto que me llena,
porque desde que no estás
el todo y la nada se sienten inconclusos,
al igual que nuestros momentos,
al igual que nuestras emociones,
al igual que todo lo que pudimos vivir
y no vivimos, ni viviremos.
El dolor de la ausencia es impronunciable,
porque no hay semántica ni gramática
que represente el frío eterno que dejaste.
Me quedé sin techo,
sin guarida,
sin madriguera a la cual correr
cuando el universo se torna irrespirable.
Me quedé sin las ganas de hacer
todo aquello que manifieste tu no presencia,
porque si no puedo pronunciar tu nombre
mucho menos puedo lanzarme
sobre todo aquello en lo que no puedes protegerme.
Solo se pierde lo que no se recuerda,
solo se olvida lo que no se nombra,
y aunque no pueda pronunciar tu nombre
y prefiera elidir tus fonemas,
no puedo permitir que te transmutes en algo deleble,
porque la mitad de mí eres tú
y la sangre es más espesa que el tiempo,
la distancia,
la ausencia
y tu muerte.
julio 24, 2018
octubre 06, 2016
"Casi no he soñado con él", me repito,
como si fuese el mantra de mi vida,
o el rosario perfecto para espantar las pesadillas.
"Casi no he soñado con él", respondo,
con culpa, con vergüenza, con rabia,
como pidiendo disculpas por sentir,
por estar hueviando por algo que duró dos meses;
por cometer el error de dejar entrar a alguien en mi vida.
Y sí, prácticamente mis sueños ya no hablan de él,
ni de nosotros,
ni de lo que pudimos ser y no fuimos.
Ahora hablan del vacío,
de las ganas de compartir que dejó;
de las cosas que de todas formas quiero hacer,
con él,
con otros,
o simplemente solo conmigo;
de cómo cambió lo que quiero,
lo que soy,
lo que seré.
Pero sí,
de cuando en vez se me escapa un momento
y sueño con él,
o con la idea que me quedó de él,
la idea que inmortalicé de él,
una abstracción,
puro concepto.
Porque no sueño con su espalda,
no la recuerdo.
No sueño con sus ojos,
ni con su sonrisa,
ni con sus palabras.
Borrar cada recuerdo hizo que,
de una u otra forma,
no tuviese nada para aferrarme,
nada,
excepto la idea que me dejó,
la idea de quererlo tanto que dolía;
quererlo tanto que podría haber contado
todos los lunares de su cuerpo
para luego trazar dibujos con ellos;
quererlo tanto que literalmente
me faltó el aire cuando se fue;
quererlo tanto como para creer
que aún podía tener magia en mi vida.
"Casi no he soñado con él", me repito,
como si fuese el mantra de mi vida,
o el rosario perfecto para espantar las pesadillas,
porque quererlo me hizo entender
que todavía tenía mucho por sentir
y no sé si estoy lista
o si quiero estar lista para eso.
Sé que quiero los silencios,
la mordida en los labios
y el escalofrío en la espalda,
quemarlo todo por ver arder otros ojos,
sentir otro pulso en mis costillas;
caminar sobre fuego solo para ver
donde podría llevarnos todo eso.
Quiero la incertidumbre,
las mañanas con luna llena,
contar estrellas en otros dedos,
el egoísmo de quererlo todo
y la absurda certeza de saberlo solo mío.
"Casi no he soñado con él", respondo,
convenciéndome de no sentir ni rabia,
ni culpa,
ni vergüenza
tratando de entender,
y aceptar,
que al final siempre he sido,
soy
y seré
puro fuego, violencia y potencia.
como si fuese el mantra de mi vida,
o el rosario perfecto para espantar las pesadillas.
"Casi no he soñado con él", respondo,
con culpa, con vergüenza, con rabia,
como pidiendo disculpas por sentir,
por estar hueviando por algo que duró dos meses;
por cometer el error de dejar entrar a alguien en mi vida.
Y sí, prácticamente mis sueños ya no hablan de él,
ni de nosotros,
ni de lo que pudimos ser y no fuimos.
Ahora hablan del vacío,
de las ganas de compartir que dejó;
de las cosas que de todas formas quiero hacer,
con él,
con otros,
o simplemente solo conmigo;
de cómo cambió lo que quiero,
lo que soy,
lo que seré.
Pero sí,
de cuando en vez se me escapa un momento
y sueño con él,
o con la idea que me quedó de él,
la idea que inmortalicé de él,
una abstracción,
puro concepto.
Porque no sueño con su espalda,
no la recuerdo.
No sueño con sus ojos,
ni con su sonrisa,
ni con sus palabras.
Borrar cada recuerdo hizo que,
de una u otra forma,
no tuviese nada para aferrarme,
nada,
excepto la idea que me dejó,
la idea de quererlo tanto que dolía;
quererlo tanto que podría haber contado
todos los lunares de su cuerpo
para luego trazar dibujos con ellos;
quererlo tanto que literalmente
me faltó el aire cuando se fue;
quererlo tanto como para creer
que aún podía tener magia en mi vida.
"Casi no he soñado con él", me repito,
como si fuese el mantra de mi vida,
o el rosario perfecto para espantar las pesadillas,
porque quererlo me hizo entender
que todavía tenía mucho por sentir
y no sé si estoy lista
o si quiero estar lista para eso.
Sé que quiero los silencios,
la mordida en los labios
y el escalofrío en la espalda,
quemarlo todo por ver arder otros ojos,
sentir otro pulso en mis costillas;
caminar sobre fuego solo para ver
donde podría llevarnos todo eso.
Quiero la incertidumbre,
las mañanas con luna llena,
contar estrellas en otros dedos,
el egoísmo de quererlo todo
y la absurda certeza de saberlo solo mío.
"Casi no he soñado con él", respondo,
convenciéndome de no sentir ni rabia,
ni culpa,
ni vergüenza
tratando de entender,
y aceptar,
que al final siempre he sido,
soy
y seré
puro fuego, violencia y potencia.
junio 07, 2016
En ocasiones una toma decisiones con el culo, por ejemplo, eliminar a alguien de tu vida sin pensar bien si querías o no hacerlo.
Y sí, en bastantes ocasiones tomo decisiones de mierda, y aunque en este momento me estoy retorciendo en arrepentimiento, quiero creer que a la larga habré hecho lo correcto.
junio 05, 2016
Son bastante los hombres por lo que lloré a lo largo de estos años, pero hoy lloré como nunca había llorado en mi vida, y no es una exageración de cantidad o calidad, es un hecho.
Cuando lloré por el Nico lo hice de rabia, tenía rabia al darme cuenta que siempre cometía los mismos errores, rabia conmigo misma por insistir en algo que nació muerto, rabia porque jamás me dijo las cosas a la cara, y así una innumerable lista de cosas apuntaban directo a mi ira. Y si bien me hizo mucho daño, demasiado, fue solo rabia lo que siempre me consumía.
Cuando lloré por el Eddo fue de pura pena, la tristeza inmensa de saber que perdía a la persona que había sido mi mejor amigo por casi 10 años, quien más me conocía en el mundo; y lo peor era que la pérdida se debía que él sentía que yo lo dañaba. Lloré de pena al saber que hacía infeliz a alguien que amaba tanto.
Cuando lloré por mi abuelo, sin entender muy bien lo que pasaba, fue por el sentimiento de vacío que dejaba y que permanece hasta hoy. Lloré porque era la única forma que encontré para expresar, a mis siete años, que no podía soportar la idea no volver a ver ni a conversar con quien podría haberme dado los mejores consejos en la vida.
Cuando lloré por mi viejo lo hice porque estaba aterrada, porque me daba miedo tener que aceptar la idea de que un día cualquiera pudiese salir de mi vida sin que alguno de nosotros tuviese la posibilidad de hacer algo para evitarlo. También llore de impotencia, porque no estaba en mis manos cambiar las cosas, dependíamos de otros. Lloré porque no soportaba ver a mi vieja llorar de miedo por él. Lloré tarde porque pasé meses ahogando el sentimiento con copete, carrete y tareas, porque me daba terror no ser capaz de ser el pilar que autónomamente decidí que debía ser en esta casa.
La mayoría del tiempo lloro de frustración, porque nadie nunca me ha enseñado a enfrentar el fracaso, y porque yo tampoco pongo mucho de mi parte para poder hacerlo. Lloro porque me enojo si las cosas no salen según mis planes y no tengo otro medio de expresar lo mucho que me odio por eso.
No tengo un concepto o adjetivo específico para definir lo que acaba de suceder. Fue una explosión, como si algo se rompiese dentro de mí sin que existiese forma alguna de contener lo que con eso se liberaba. Fue un llanto que no podía menguar, que venía desde mis costillas y salía expulsado junto con gemidos y un ahogo insoportable que me hacía creer que en cualquier momento podía estar como hace diez años atrás, sin aire, sola y aferrándome a cualquier cosa para no sentir que me perdía en el absurdo de la vida y el acoso inminente de la muerte. Pero mi llanto no era porque temía morir algún día.
Y entre sollozos sentía un dolor punzante que jamás había sentido, que aún siento. Una somatización demasiado cursi, demasiado típica, pero que está ahí, que no puedo ignorar y que me hace sentir que la única forma de aliviarlo es escarbando en mi propia carne, separar cada uno de los huesos que se interponga y arrancar aquello que está generando todo esto. Pero claro, todo es un síntoma, porque de verdad el problema está en mi cabeza. Pero sigue ahí, siendo demasiado real, demasiado hiriente, como si uno de verdad sintiese con el corazón, como si de verdad fuese una caja que guarda un millón de cosas dentro.
El llanto de hoy no estaba teñido de orgullo, ni de odio. Fue algo triste, indescriptiblemente triste, inefablemente doloroso.Fue un llanto que me hizo sentir pequeña, insignificante, como una partícula de ser humano. Frágil, como nunca antes me había sentido, como si cualquier golpe pudiese quebrarme, como si cualquier brisa pudiese derrumbarme, como si cualquier persona pudiese venir, tomarme y hacer cualquier cosa conmigo, sin yo poder detenerlo.
Hoy tengo 26 años, 3 meses y 11 días, y es primera vez que lloro porque, y me tomo la licencia poética para afirmar esto, tengo el corazón absolutamente roto.
mayo 23, 2016
El drama es que me quedé queriendo sola, y te dije que era lo que más me daba miedo.
Yo sé que la micro historia que compartimos fue un paréntesis en tu vida, pero te reíste de mis chistes, dormiste en mi cama, te preparé desayuno, te curaste con mis amigos y te mostré esta cagá de blog. Lo mío contigo fue menos que un lapsus, pero me tuviste en pelotas, literal y metafóricamente, porque jamás había sido tan sincera con alguien.
Lo penca de todo esto es que me hacís sentir patética, aunque el Arqui me diga que no hay nada de patético en gustar de una persona y que pare de sufrir por un saco de weas. Son los patrones, le digo, porque no sé cómo chucha lidiar con el fracaso, con el sentirme penca, que no soy lo suficientemente linda o interesante o flaca o rubia o tradicional o la mierda que sea; que no sé cómo chucha retener la atención, relacionarme con otros; que carezco de motricidad fina emocional, y así como la gente exitosa va cortando sus relaciones perfectamente con tijeras, yo voy dando machetazos, como cabro chico de kinder, dejando la cagá siempre, porque no tengo idea de cómo lidiar con mis emociones y con las del resto.
Probablemente no te des ni por enterado de lo que está pasando, porque es más fácil culpar al miedo y distanciarse en lugar de decir las weas a la cara. -Ya no me interesas- súper simple, preciso, al hueso, y me evitai el drama de suponer las mil weas que he tenido que suponer en estos días, porque de todas formas estoy sufriendo en base a suposiciones, porque una es tonta y es cobarde, pero además tiene orgullo, entonces prefiere sufrir con los 8 mil universos paralelos en lugar de preguntarte qué wea pasa.
Yo cacho que para ti ya no es tema, pero para mí sí, porque marcaste un antes y un después. Llegaste a abrir una posibilidad que tenía sellada al vacío, yo no quería a nadie en mi vida porque es bakan no tener que preocuparte por otro, porque estaba bakan con la relación conmigo misma, en el egoísmo placentero de no compartir sentimientos, abrazos, noches ni orgasmos. Pero te conocí y pensé que erai esa persona que podía entender mi sintonía, porque no necesité hablarte para sentir que te conocía, porque me sentía drogada cada vez que te besaba, porque no quería que nadie más me tocara.
¿Sabí lo que me da rabia de todo esto? Es que te compré todo, weon. Cada palabra que me dijiste la creí, porque asumí que estabai siendo tan sincero como yo. Que esperaste años que alguien te abrazara como yo, que desde que me conociste sentiste que iba a ser importante para ti, que no te aburrirías nunca de mis besos, que yo estaba en tu destino, que te lo dijeron las cartas. ¡Tonta, po! Me la compré entera, con tu sonrisa culiá que de seguro me hace caer otra vez si te apareces en este instante en mi puerta, con el gesto que trazabas cada vez que querías que me acercara, con el cariño en la frente que me regalabas cada vez que me sacabas el pelo de la cara, con tus palabras en inglés y acento abc1 que me cargaba pero que al mismo tiempo me encantaba.
¡Tonta po! Y se me olvidaba el mundo, mis dramas, los miedos, el autoboicot, la consciencia de clase y la apatía. Si hasta el Nico desaparecía de mi cabeza cuando estaba contigo; cero tragedia, cero karma, cero herida. Me hiciste creer que contigo podía tener una historia que no iba a terminar conmigo escribiendo en esta wea, porque yo solo escribo cuando no estoy bien, cuando el mundo se me cae a pedazos y necesito hacer catarsis para poder seguir con la vida sin querer llorar con cada recuerdo.
Y es inevitable sentir que en algo la cagué, que la vendí en hablarte mucho o en insistir en vernos o en decir que te extrañaba cuando realmente lo hacía o contarte que no tire en un mes porque solo quería ser tuya o en hacer planes contigo. Porque me dijiste que queriai conocer San Pedro conmigo, que ir a Perú juntos sería bonito. Y yo pensé que podía llevarte a mi lugar favorito en este mundo, para que entendieras lo místico del desierto y vieras las estrellas con mis ojos y compartieras mi eterno sentimiento de soledad cósmica que me hizo ver en ti un compañero ideal. Pero puta, no estabai hablando en serio, y esa es la raíz del drama, esta wea no fue seria, porque no querí algo serio.
¿Pero qué chucha es algo serio? Yo no sé si pensaste tus palabras antes de decirlas, tal vez soy la única estúpida que se preocupa por la nomenclatura misma de los enunciados. Coincido contigo cuando dices que no quieres un pololeo, porque yo tampoco lo quiero. No quiero los nombres, los límites, las obligaciones, el deber ser, el sentirse encasillado, el tener que responder a una expectativa social. Te dije que no quería eso, me dijiste que seguíamos igual, te dije que no porque ahora eras tú quien me tenía que buscar, porque no quería hacerte sentir incómodo. Estaba en tu manos.
Te dije que te quería, dos veces, me respondiste que tu también, que me querías mucho. Explícame qué chucha pretendías diciéndome eso si por dentro te sentías podrido pensando que yo quería algo que tú no podías darme. Te dije que te quería, dos veces, ambas en serio, porque yo no digo las cosas en broma, porque si te digo que te quiero es de verdad y me hago cargo de mis palabras y de lo que genero. Si no querías algo serio ¿para qué cresta te quedaste a dormir conmigo cada puta vez que nos vimos? ¿Para qué te quedaste en mi casa? ¿Para qué me escribiste todos los días? ¿Para qué generaste un vínculo del cuál no querías hacerte cargo?
Estuviste en Santiago el viernes, no fuiste capaz de decir que querías verme, aunque no se pudiese, el deseo mismo me hubiese bastado para desarmar todas las teorías que me vengo armando desde hace dos semanas. Vengo llegado de Viña, y me fui sin ser capaz de decirte que iba a estar allá, a menos de un kilómetro de tu casa, porque me dolía demasiado el orgullo y porque no sé si mi alma hubiese tolerado un respuesta indiferente. Estuve en Viña, a metros de tu casa, y me vine sin verte. Y en volá la cagué, en volá estabai esperando que te escribiera, que te llamara, pero estaba en tus manos, te lo dije hace dos semanas.
Y escribiendo esto me vuelvo a sentir patética, porque probablemente vas a leerlo, o quizá no, tal vez ni recuerdas que te mostré este blog adolescente.
Al terminar el día me gusta pensar que me estoy pasando un rollo cuántico, que al final no es que jamás hayas sentido lo que me dijiste, sino que simplemente te cagaste de miedo a mitad de camino y no supiste qué hacer con eso. Y parece una respuesta que me consuela, pero lo hace a medias, porque no entiendo quién mierda prefiere cagarse de miedo y perder algo bakan. Porque me vas a perdonar la soberbia, pero esto era bakan, yo lo soy, o al menos creo serlo. Si el Ratón llegase a leer esto se reiría como se ríe siempre cada vez que se lo digo: soy la mansa wacha. Y no porque me crea la mina más rica del universo, sino por un montón de razones mucho más profundas y trascendentales en las que no vamos a entrar en detalles. Y lo repito como mantra: soy la mansa wacha. Y no voy a dejar que las decisiones de mierda de alguien me hagan creer lo contrario, porque merezco lo maravilloso, merezco tener magia. El drama es que pensé que contigo iba a tenerlo, pero ya estamos cachando que mis presentimientos tenían nada de ciertos.
Ahora que lo escribo me parece que lo más lógico es lo último, que no eres mala persona ni un mentiroso endógeno ni un zorrón culiao que vio todo como un juego. Lo más probable es que estí cagao de miedo, o lo estuviste y en el camino se fue apagando todo. Me da lata que la solución elegida haya sido arrancar en lugar de tirarte de cabeza, como yo decidí un poco hacerlo, porque me niego a vivir la vida cagada de miedo, pero no puedo exigirte las mismas decisiones ni la misma imprudencia.
Te dije en marzo que sentía que la cosa contigo era como tirarse un piquero en una piscina desconocida y que no sabía si la wea era de uno setenta o de treinta centímetros, que me aterraba lanzarme y sentir que podía reventarme la cabeza. Al final parece que resultó ser de treinta,
Lo penca es que me quedé queriendo sola, en serio, con la cabeza reventada y carente de certezas. Lo penca es que probablemente sí estuve en tus cartas, sí estábamos destinados a ser grandiosos juntos, sí podríamos habernos dicho todo y nada con abrazos, pero estaba en tus manos y me dejaste caer, demasiado fácil, demasiado fuerte.
Lo penca es que sigo queriendo sola y deseando que leas esto para que me escribas inmediatamente, que me equivoco, que sí me quieres, que sí tienes miedo, pero que sí te atreves.
El drama es que me quedé queriendo sola, y siento que ahora soy yo la que va a pasar un buen tiempo cagada de miedo.
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